Hay que saber que no existe pais sobre la tierra donde el amor no haya convertido a los amantes en poetas.

domingo, 17 de enero de 2010

Canción de la Noche Sola

                        I


Fue mía una noche. LLegó de repente,
y huyó como el viento, repentinamente.

Alumna curiosa que aprendió el placer,
fue mía una noche. No la he vuelto a ver.

Fue la noche sola de una sola estrella.
Si miro las nubes, después pienso en ella.

Mi amor no la busca; mi amor no la llama:
La flor desprendida no vuelve a la rama,

y las ilusiones son como un espejo
que cuando se empaña pierde su reflejo.


                      II


Fue mía una noche, locamente mía:
Me quema los labios su sed todavía.

Bella como pocas, nunca fue más bella
que soñando el sueño de la noche aquella.

Su amor de una noche sigue siendo mío:
La corriente pasa, pero queda el río;

y si ella es la estrella de una noche sola,
yo he sido en su playa la primera ola.


                            III

Amor de una noche que ignoró el hastío:
Somos las distantes orillas de un río,

entre las que cruza la corriente clara,
y el agua las une, pero las separa.

Amor de una noche: si vuelves un día,
ya no he de sentirte tan loca y tan mía.

Más que la tortura de una herida abierta,
mi amor ama el viento que cierra una puerta.

El amor florece tierra movediza,
y es ley de la llama trocarse en ceniza.

El amor que vuelve, siempre vuelve en vano,
así como un ciego que extiende la mano.

Amor de una noche: qué triste sería
matar el recuerdo de esa noche, un día!

Amor de una noche sin amanecer:
Acaso prefiero no volverte a ver !

Jose Angel Buesa

sábado, 16 de enero de 2010

Lied

Mi corazón se queda aunque mi amor se vaya ,
porque el recuerdo nace de un ansia de olvidar.
Tu amor tiene la tibia ternura de una playa;
mi amor es inestable como el viento y el mar.

Aunque mi amor se vaya no has de quedarte sola,
pues te dejo el reflejo de la luz que encendí:
Tu amor es una playa , mi amor es una ola,
y necesariamente yo he de volver a ti.

Jose Angel Buesa

viernes, 15 de enero de 2010

Mejor no quiero verte

Mejor no quiero verte...
sería tan sencillo cruzar dos o tres calles...
Y tocar en tu puerta.
Y tú me mirarías con tus ojos sin brillo
sin poder sonreírme con tu sonrisa muerta.

Mejor no quiero verte...
porque va a hacerme daño
pasar por aquel parque de la primera cita.
Y no sé si aún florecen los jazmines de antaño
ni sé quién es ahora la mujer más bonita.

Mejor no quiero verte...
porque andando en tu acera
sentiré casi ajeno todo lo que fue mío.
Aunque es sólo una esquina donde nadie me espera
y unos cristales rotos en un balcón vacío.

Sí... seguiré muriendo de mi pequeña muerte
de hace ya tantos años el día que me fui
pues por no verte vieja...
mejor no quiero verte,
pero tampoco quiero que me veas tu a mí.

Jose Angel Buesa

miércoles, 13 de enero de 2010

Romance del aquel hijo que no tuve contigo

Hubiera podido ser hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca y tu piel color de trigo,
pero con un corazón grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir, las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya, con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera de verlo todo distinto.

¡Ay, qué cuarto con juguetes, amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones, un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo, de plata y oro vestidos.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos, que me dijiste:
¡Qué gloria cuando tengamos un hijo!
Y temblaba tu cintura como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba, distante, entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:

"¡Cuando tengamos un hijo!..."

Tú, entre sueños, ya cantabas nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas con un balcón de suspiros.

¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria cuando tengamos un hijo!

En tu cómoda de cedro nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana, entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes, qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos y qué sin sangre el cariño!

Tu velo blanco de novia, por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago, doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro, yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras están secos y marchitos
en un antiguo almanaque sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo, rodeada de tus hijos
dando el brazo a... la levita que se pone tu marido.

Te llaman doña Manuela, llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos, como dos desconocidos;
tu marido sube y baja la chistera;
yo me inclino, y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me doy cuenta de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo igual o más que al principio.
Y te veo como entonces, con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes, de color como el del trigo
y aquella voz que decía:

"¡Cuando tengamos un hijo!..."

Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes, arropada en los visillos:

"¡Ay, si yo con ese hombre hubiera tenido un hijo!...

Rafael de leon

lunes, 11 de enero de 2010

Pena y alegria del amor

Mira cómo se me pone
la piel cuando te recuerdo.

Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.

Mira cómo se me pone
la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.

Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.

¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!

Cuando por la noche a solas
me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,
luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del techo.

Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva,
—vida, no vuelvas a hacerlo—
te vi besar a mi niño,
a mi niño el más pequeño,
y cómo lo besarías
—¡ay, Virgen de los Remedios!—
que fue la primera vez
que a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra
y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!


Rafael de León